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06 2007

Espacios autónomos para la desarticulación y la crítica // 1 //

Branka Ćurčić

Traducción de Marcelo Expósito

[Véase Boris Buden: Comentarios sobre el texto de Branka Ćurčić]


Cooperación con instituciones culturales neoliberales en Serbia

En Serbia, un lugar en el que todavía no influyen por completo las directrices de la Unión Europea y del capitalismo neoliberal en el campo de la cultura y en las instituciones artísticas y culturales, que los grupos independientes (o progresivos) cooperen con esas instituciones es más sencillo y se observa como algo más “natural” en comparación con la experiencia de las organizaciones ubicadas en países de capitalismo maduro. Las instituciones públicas del arte y la cultura en Serbia no pueden entenderse como instituciones completamente neoliberales, mientras que con frecuencia lo son en los países desarrollados de la Unión Europea; se trata más bien de instituciones arruinadas como consecuencia directa de la sistemática falta de atención que han sufrido desde la caída del socialismo. // 2 // Su existencia y sostenibilidad se basa frecuentemente en una especie de pasividad (en el mero hecho de existir) y por el momento parece que sus escenarios futuros no serán acordes al concepto de industrias creativas, lo que traería hacia ellas un flujo de capital privado, ni tampoco serán ya representación ni fundamentación de la identidad nacional, lo que significaría ver inflados sus presupuestos mediante financiación pública.

Los grupos artísticos y culturales independientes, en la mayoría de los casos registrados como “asociaciones cívicas”, pertenecen al sector no gubernamental; un sector que no solamente está desregulado, sino que también, en el pasado, estuvo completamente satanizado como el sector que albergaba “elementos imperialistas y colonizadores” en el seno de la sociedad serbia. Haber heredado esa condición no hace precisamente más fácil el funcionamiento del sector no gubernamental en un ambiente político en el que todavía están muy activos quienes portan la herencia del pasado régimen autoritario, los cuales ocupan todavía, con frecuencia, posiciones importantes en el aparato ejecutivo del Estado. El carácter y el significado de estos grupos culturales independientes, en algunos casos y de según qué forma, se puede equiparar al de las organizaciones no gubernamentales (ONG), las cuales afirman con frecuencia que su propósito fundamental consiste en ocupar la posición de defensores de los intereses de la sociedad civil. Pero parece más bien que las ONG operan en un espacio lleno de tensiones, ya que, por una parte, se supone que defienden intereses ciudadanos, pero, por otro, con frecuencia y paradójicamente representan los intereses de diversas empresas multinacionales y cuerpos supraestatales. Esto significa que ciertos grupos culturales independientes defienden más bien los intereses de ciertas instituciones culturales (neoliberales) en lugar de representar los intereses de la producción cultural independiente y progresiva. Definitivamente, los grupos culturales independientes tienen que distanciarse de ese dualismo paradójico. A pesar de todas estas problemáticas, muchos grupos artísticos y culturales autoorganizados funcionan de esta manera: como asociaciones cívicas con derecho a acceder a financiación pública para el desarrollo cultural: es el caso de la organización en la que trabajo, New Media Center_kuda.org. Como miembro de este pequeño colectivo, yo también consideraría problemático el hecho de que nuestra sostenibilidad se basa en la obtención de financiación pública, si no fuera porque trabajamos constantemente en la creación de cuerpos temporales coaligándonos con otras instituciones artísticas y culturales (tanto estatales como informales) con el fin de crear un nuevo espacio para la acción política, con el objetivo de llevar a cabo nuestros deseos de cambiar las cosas. De acuerdo con Alain Badiou, la fuerza de este tipo de acción reside en situarse en una posición desde la cual sea posible ejecutar las decisiones propias y crear un espacio propio para la acción política, con el fin de sostener relaciones críticas y contrarrestar la marginalización de las acciones propias. Cualquier otra posición no puede considerarse sino meramente defensiva.

Surge aquí la noción de autonomía como una cuestión central; pero también como un lugar cargado de diferentes significados. Es un dilema de embargadura definir qué es hoy un espacio desde el que actuar autónomamente. // 3 // Para empezar, es muy importante recordar que la autonomía de las acciones políticas no se localiza necesariamente fuera de un Estado, un sistema o una institución, sino que se revela como el potencial de desorganizar un estado de cosas, y cuya diferencia con ese estado de cosas viene determinada por las relaciones de crítica, negación, rechazo, disconformidad, etcétera, que pone en práctica. Autonomía no significa aislamiento, autorreferencialidad o autocanonización. La autonomía política se debe entender, en primer lugar, como el potencial de elegir la posición y el espacio propios desde los que actuar para poder establecer las anteriormente mencionadas relaciones de crítica, negociación, negación, dis/conformidad, etcétera. Se trata por tanto de un potencial de crear una estrategia que defina los términos y condiciones bajo los cuales alguien actúa y ejerce sus decisiones políticas. Es esto exactamente lo que Badiou observa como la precondición de la creación de una heterogeneidad política que conduzca consecuentemente al nacimiento de una visión política sustancial, vital y homogénea, cuya forma práctica sea en sí misma un movimiento.

A tal efecto, comentando el movimiento social global, Badiou argumenta que somos nosotros y nosotras mismas quienes hemos de controlar la posición desde la que luchamos, criticamos o negamos, y nunca debemos ir adonde está el adversario; en otras palabras, es frente a esa posición adversaria que debemos construir nuestra propia posición. Badiou, de acuerdo con esta premisa, es muy crítico con el movimiento global contra la globalización económica; lo considera condenado a fracasar considerando que muestra un carácter reformista al no haber definido con precisión ni sus objetivos ni sus secuencias de actuación, representándose la mayoría de las veces mediante una exigencia general de reforma del capitalismo global neoliberal o invitando sin más a su abolición. Badiou piensa que es esencial experimentar constantemente en el campo social y colectivo mediante nuevas formas de lucha, nuevas interrelaciones y nuevas organizaciones como portadoras de un significado y una secuencia de actuación precisos. No pide en ningún momento ni una cancelación fatalista del movimiento antiglobalización, ni la finalización de acciones autónomas que puedan tener un significado intencionalmente no comunicativo frente a su objeto de crítica —un Estado, un sistema o una institución—. Habla más bien de la necesidad de reflexionar sobre sí, de ejercer la autocrítica, de tener una clara noción de cuál es la posición desde la que actuamos, con el fin de crear un espacio potencialmente afirmativo para la lucha política.

Aunque la cooperación con instituciones públicas del arte y la cultura en Serbia parezca ser más sencilla porque la escena local es pequeña, ello no significa que la escala reducida redunde en una cualidad de la cooperación. En muchos casos, la cooperación y la comprensión recíproca parecen tener un buen comienzo; pero los problemas surgen casi siempre debido a que estas instituciones no se “concentran” a la hora de conducir la cooperación hasta el final, lo cual, en la mayoría de loa casos, tiene como resultado que los grupos independientes resulten dañados al no percibir sus honorarios ni los costes de producción para los proyectos acordados. Ello demuestra que las instituciones oficiales no acaban de comprender cabalmente de qué manera funcionan las instituciones independientes, aumentando así el nivel de precariedad, desregulación y flexibilidad que los miembros de éstas sufren.

Practicando diferentes modelos de autosostenibilidad, el colectivo kuda.org, junto con otros dos grupos independientes (Kružok y AKO) ha iniciado un proyecto autónomo que es independiente de nuestra propia organización: el Centro Social para la Juventud en Novi Sad, destinado ante todo a las personas jóvenes y a actividades sociales, políticas y culturales que puedan influir en que aquéllas inicien sus propias acciones políticas independientes. El proyecto ha tenido un comienzo prometedor: está alojado en una casa propiedad de las tres organizaciones mencionadas, lo cual constituye un nivel significativo de autonomía práctica (cuando menos en lo que respecta al espacio físico donde se aloja). // 4 // Dejando a un lado el hecho de que la fundación de dicho centro reviste una gran importancia para el entorno local —en tanto que constituye un intento de revitalizar los espacios públicos culturales independientes que habían sido devastados por las privatizaciones sistemáticas aplicadas desde los años setenta hasta hoy—, el cómo hacer sostenible una institución tal surge como un gran interrogante, dado que por el momento la nuestra se mantiene exclusivamente por el compromiso voluntario de los proyectos que la componen. Por grande que sea el reto, lo que está claro es que resulta necesario poner en práctica otros modelos que eviten que el voluntarismo devenga en precariedad y explotación de la producción intelectual de quienes se implican en el propio trabajo de la institución, es decir, que eviten tanto la autoprecarización como la autoexplotación. En este caso particular, el frente político por el momento tan sólo se atisba. Siguiendo de nuevo a Badiou, aunque también a Žižek, es muy importante deducir de qué manera es posible determinar y declarar la posición propia desde la cual luchar políticamente. Resulta esencial adoptar una posición autónoma propia y afirmarla, precisamente, declarando cuál es, determinándola como una posición en positivo. Badiou, en este sentido, apunta como ejemplo la experiencia del movimiento de trabajadores y trabajadoras “sin papeles” en Francia, quienes no declamaban “Nuestra posición es mala. Queremos papeles”, sino antes bien “Somos los trabajadores/as de este país, y quien trabaja en él es también ciudadano/a”. Žižek describe, también como ejemplo, cómo se extendió el contenido de la Declaración de los Derechos Humanos en el siglo XVIII: la Declaración comprendía tan sólo los derechos del hombre blanco, excluyendo los derechos de las mujeres, las clases inferiores, otras razas, etc., hasta el momento en que los sujetos excluídos se declararon a sí mismos, exigieron sus propios derechos, y adquiriéndolos al fin. Žižek afirma que merece la pena seguir hoy algunas estrategias del pasado. En el caso de que quisiéramos traducir los ejemplos aducidos al tema de este texto, es decir, a la crítica de las políticas culturales que aseguran hoy la existencia de las instituciones culturales neoliberales, tomando en consideración una posible cooperación entre éstas y las instituciones culturales independientes, se podría afirmar que tanto éstas como los individuos que pugnan por alcanzar una posición propia no pueden mantenerse en un discurso semejante a: “Mi posición es muy mala. Todo lo que puedo hacer es protestar por ello”, sino que necesitan definir su posición mediante este otro: “Al actuar como una institución artística o cultural independiente me represento como un actor legítimo en la escena artística o cultural, lo cual me otorga el derecho a criticarla, a trabajar por cambiarla y por contrarrestar su desregulación”. Declarar nuestra posición autónoma propia desde la cual reconocer que el cambio es posible y trabajar por hacerlo efectivo representa el punto desde el cual comenzar a conformar nuevos frentes políticos, también en el campo de la práctica cultural contemporánea.

 
Crítica de las instituciones culturales neoliberales

Con el fin de responder al dilema de si es posible hoy cooperar con las instituciones artísticas neoliberales, la pregunta necesita ser formulada de una manera totalmente diferente: ¿dónde están los espacios para la acción política autónoma que no son marginales sino que albergan el potencial de cambiar las normas, un potencial de crítica y negación? En un momento en el que las directrices de la Unión Europea respecto al arte y la cultura están predominantemente determinadas por la presión que ejerce el interés por instrumentalizarlas para el consumo, en el que la cooperación con el sector privado, con los negocios, se justifica como parte de las industrias creativas neoliberales, y en el que la omnipresencia de la creatividad se ve promovida como un imperativo de la producción cultural contemporánea, el espacio que le queda a la acción autónoma crítica parece ser cada vez más estrecho. Los complejos museísticos se parecen cada vez más a las grandes superficies comerciales, y en ellos se exhibe una producción artística basada en la explotación económica de la propiedad intelectual, servida por trabajadores y trabajadoras culturales flexibles cuyos puestos de trabajo en esas mismas instituciones están preocupantemente deregulados. ¿Qué interés podría tener cooperar con unas instituciones artísticas y culturales tan repulsivas?

Antes de responder a esta pregunta con un ejemplo, es necesario pensar en algunos métodos prácticos de funcionamiento de los grupos artísticos y culturales independientes, especialmente cuando la sostenibilidad económica es una de sus más importantes componentes organizativas. Hay, con toda seguridad, muchísimos métodos diferentes, pero el más habitual es aquél que basa la sostenibilidad de tales instituciones en la recepción de fondos públicos, provenientes de los impuestos que pagan los ciudadanos y ciudadanas de un Estado o de una estructura supranacional como puede ser la Unión Europea. Los fondos públicos destinados a apoyar actividades culturales han sido tradicionalmente distribuidos por cuerpos administrativos específicos que, como los ministerios de cultura, representan un ejemplo de cómo funciona el concepto de democracia parlamentaria. A la hora de luchar por obtener su parte de los fondos públicos, las organizaciones culturales independientes se comportan con frecuencia como instituciones artísticas o culturales de carácter público, olvidando que su posición no tiene que ser pasiva, sino que, al contrario, constituyen la base desde la que conformar un nuevo campo de batalla político. Simplificando, se podría decir que toda crítica de las instituciones artísticas culturales neoliberales y de su estructura económica es una crítica superficial en tanto en cuanto no se critique también el concepto de política que hoy predomina: la democracia liberal parlamentaria como marco político del capitalismo global.

Existen algunos otros modelos de sostenibilidad económica independientes de los fondos públicos, los cuales se basan, por ejemplo, en comercializar ciertos servicios (diseño gráfico o de páginas web, etcétera). En otros casos, los miembros del grupo en cuestión tienen su propio empleo, del que obtienen los recursos económicos que luego les permiten trabajar “para la causa” en lo que realmente les interesa. Aún en otros casos, el modelo está basado en el completo voluntarismo o se logra la sostenibilidad mediante el intercambio de servicios, tratándose en ambos casos de un modelo con posibilidades muy limitadas. Hay, con toda seguridad, muchos modelos. El que nos interesa consiste en cooperar con instituciones artísticas y culturales de carácter público, cooperación que incorpora su propia sostenibilidad económica. Como antes dije, no se debería entender este tipo de cooperación como una forma de comprometer nuestra posición independiente “correcta”, desde un prisma que observase nuestro modus operandi de acuerdo con un dilema puramente moralista que privilegiase la idea de un accionar sin componendas; habría que entender más bien que se trata de una manera de estar abiertos potencialmente a cooperar, pero cooperar teniendo como base el cuestionamiento, la crítica, la negación y la desarticulación de las normas. Este tipo de prácticas constituye la precondición para crear un espacio donde sea posible tanto la lucha política como formas de negociación concienzudas que puedan llevar al cambio de las condiciones bajo las que se trabaja o coopera: sea poniendo en cuestión el proyecto común en el que concretamente se coopera o intentando influir en las condiciones de trabajo que rigen en las instituciones artísticas neoliberales.. En este sentido, y a pesar de todas las experiencias negativas, restan todavía posibilidades de cooperar productivamente con instituciones públicas (u otras) en la medida en que las condiciones de dicha cooperación estén bien definidas y acordadas de antemano, siempre y cuando cada una de las partes se haga responsable de dicho acuerdo. Si se considera que las reglas que rigen dicha cooperación no son necesariamente rígidas y por tanto pueden ser cambiadas en todo momento, entonces dicho cambio de las reglas o el completo abandono del acuerdo debe producirse al mismo precio para todas las partes. ¡Bienvenida sea toda crítica razonable y argumentada de todo proyecto de cooperación con tales instituciones!, dado que ello constituye también una manera de cambiar un proyecto en marcha, mejorándolo o cancelándolo, si se percibe que se cometen errores o no funciona.

 
A modo de conclusión: el poder de cambiar

En el documental The Corporation el antiguo director de la Royal Dutch Shell, Sir Mark Moody-Stuart, discute acerca de su encuentro con un pequeño grupo de activistas ecologistas quienes habían colocado una pancarta con la palabra “Asesino” sobre el techo de su residencia familiar en los Países Bajos, con el propósito de llamar su atención sobre la obligación que las corporaciones tienen de preocuparse más por la protección del medioambiente. Tras protestar gritando sus lemas y agitando sus pancartas, los activistas se reúnen en el jardín de Moody-Stuart para, alrededor de una taza de té, discutir sobre las razones de la protesta. La conclusión de Moody-Stuart es que el grupo de jóvenes protesta a causa de su frustración por no poder impulsar un cambio real en las políticas de protección medioambiental ni en general. También se muestra comprensivo, dando gracias por ser precisamente él quien tiene el poder de cambiar las cosas; no obstante, es su compañía la que poluciona la mayor parte de los recursos naturales de agua en Nigeria.

¿Qué nos dice esta imagen, dejando aparte la manera en que los altos cargos de las corporaciones multinacionales observan las protestas del movimiento social global, como una expresión de frustración y de impotencia a la hora de efectuar cambios reales? También nos dice mucho acerca de cuál es actualmente la diferencia entre la postura de quienes quieren que un cambio tenga lugar, pero no pueden efectuarlo, y la de quienes pueden cambiar las cosas, pero sólo van a hacerlo en la media en que ello redunde en una legitimación de sus propias estrategias, por debajo de las cuales continúan las mismas problemáticas sociales (como en este caso particular sucede con la protección del medioambiente). Esta imagen nos dice mucho acerca de la condición actual de las luchas políticas autónomas. En otras palabras, plantea la siguiente cuestión: ¿cuáles son hoy las posibilidades subjetivas para el compromiso político y su posición autónoma, por una parte, y cuál es, por otra parte, su potencial de cambiar las cosas?

Asumir el reto de actuar en la dirección de un cambio social directo y real (¿qué podemos hacer contra el capital global?) acaba con frecuencia recalando en las mismas “coordenadas ideológicas hegemónicas” que se quieren cambiar: a quienes entran en acción para que las cosas cambien no sólo se les tolera sino que también reciben apoyo de los media, includo cuando aparentemente interfieren en el territorio de la economía (criticando a las compañías que no respetan los estándares ecológicos); se les tolera y apoya, pero sólo hasta que alcanzan un cierto límite. De acuerdo con Žižek, se trata de un ejemplo perfecto de interpasividad: se hacen cosas no para lograr cambios, sino partiendo de una falta de confianza en que algo verdaderamente pueda cambiar. En este sentido, cualquier actividad se despolitiza y cae en el dominio de la moralidad, legitimando finalmente ciertos intereses y perdiendo la posibilidad de intervenir en una lucha política bien definida. Žižek también argumenta que la democracia actual se basa en transformar al enemigo político en adversario: “se ha pasado del antogonismo incondicional a la competición agonística”. Žižek opina que la lucha política bien definida no consiste en una competición agonística dentro de los límites de lo aceptable entre sujetos políticos que se reconocen entre sí como adversarios legítimos, sino en la lucha por delimitar territorios con el fin de definir la línea que separa al adversario legítimo del enemigo ilegítimo. Žižek pregunta por qué no convertir el terreno de la legalidad y de la moral en un “nuevo campo de batalla” por la hegemonía política, y por qué no volver a sostener argumentos legales-morales para desacreditar al enemigo. Se diría que lo que sugiere pertenece más al dominio de una política afirmativa que al de una política de negación, al mismo tiempo que plantea la cuestión de una verdadera globalización democrática: ¿por qué no iniciar grandes campañas globales y una suerte de corpus regulador internacional sobre asuntos ecológicos, con estatuto legal reconocido y con poder ejecutivo, que determinase con qué criterios se puede establecer lo que es un delito ecológico y con el poder de castigar a quienes lo cometan?, ¿por qué no movilizar a todo el aparato legal-moral con el fin de tratar a los responsables de los delitos no como adversarios políticos, sino como delincuentes? Žižek habla en este punto como un provocador, al plantear la cuestión de por qué no utilizar un lenguaje que denomine al “enemigo” político, lenguaje que, a su modo de ver, algunas prácticas políticas autónomas y progresistas consideran repulsivo. En ese aspecto no es en absoluto reformista, sino que más bien plantea la cuestión afirmativa de cómo crear las condiciones que puedan garantizar un cambio social o político real. Para ello es necesario que otros procesos se desarrollen simultáneamente: elegir la posición y el grado de autonomía propios, evitando que esa autonomía sea malinterpretada como una posición moralista, para, al mismo tiempo, siempre de acuerdo con Žižek, definir cuál es nuestro campo de acción política y, por tanto, determinar cuidadosamente también cuál es la posición del enemigo político, esto es, distinguir con claridad quién o qué práctica necesita ser criticada. Con el fin de eludir el habitual moralismo de la “pureza” a la hora de actuar, evitando que la “pureza” acabe por determinar nuestro potencial político, es muy importante buscar cómo seguir construyendo nuestro propio espacio autónomo para la acción política. Como ya se ha dicho, la autonomía de un espacio no significa marginalizarse de las relaciones sociales, relaciones que se establecen con diferentes grados de cooperación y crítica constructiva. En ese sentido, es imperativo construir un espacio que represente el potencial de desarticular el estado de cosas, un espacio definido por relaciones de crítica concienzuda, negación, rechazo y desacuerdo.