Cookies disclaimer

Our site saves small pieces of text information (cookies) on your device in order to keep sessions open and for statistical purposes. These statistics aren't shared with any third-party company. You can disable the usage of cookies by changing the settings of your browser. By browsing our website without changing the browser settings you grant us permission to store that information on your device.

I agree

12 2023

El arte de crear otros mundos

Giovanna Zapperi

Traducción: Francesco Salvini

Conocí a Toni hacia 2005 en París. En aquella época, recién doctorada, me había encontrado no sé cómo en el consejo de redacción de la revista Multitudes, donde también estaba Judith Revel, a quien por razones familiares conocía desde la infancia. Y, en efecto, me resulta imposible pensar en Toni sin pensar en ella, con la que convivió durante casi treinta años. "Judith y Toni" (pronunciado "judìtettòni") era para mí casi una fórmula mágica, capaz de materializar charlas y risas, interminables discusiones sobre política, arte y filosofía, pero también cenas, viajes, vacaciones. Y, sobre todo, una puerta siempre abierta, incluso en los líos, las contradicciones y las separaciones. Por eso, cuando me encontré con Toni por primera vez, en realidad ya le conocía. No sólo como filósofo y político -obviamente- sino como esa persona de la que nos habló Judith, que lo había conocido creo que a principios de los noventa. La escuché fascinada hablándonos de esta persona que realmente parecía fuera de lo común y de la que quizás ya se estaba enamorando. Recuerdo una ocasión en particular en la que mi padre, en un giro del destino, fue y cogió su ejemplar de época de El dominio y el sabotaje para dárselo a ella, avergonzada y divertida. Yo, que no sabía nada del tema, me quedé estupefacta ante aquel título y panfleto que había escapado a mis muchas incursiones en la biblioteca de casa.

Cuando empezamos a salir juntos, vivían entre París y Venecia, donde yo iba a visitarlos con mucho gusto, sobre todo para ver la Bienal. A Toni no le interesaba mucho el arte contemporáneo -y cómo culparle-, e incluso si hacíamos un viaje juntos a la Bienal, el suyo era un paseo distraído, a veces divertido. Observaba con desapego el devenir del arte, en sus rituales a menudo superficiales y en su ser a la vez "mercancía y actividad". Sin interesarse demasiado por las formas más actuales de la obra de arte, Toni había captado, no obstante, un aspecto central de la producción artística contemporánea como campo de experimentación de "mundos diferentes", según escribió en su Arte e Multitudo. En este pequeño libro, escrito casi por diversión, pero con la profundidad teórica que le era afín, Toni señalaba el modo en que el arte no debe considerarse como una esfera separada con respecto a los procesos de producción, sino como algo que siempre se sitúa dentro de la "historicidad del ser juntos". Para alguien que, como él, había fundado su praxis política en el compartir y en la dimensión colectiva, no cabía simpatía alguna por el artista como figura de singularidad, y menos aún por el "gran artista", herencia patriarcal de efectos mortíferos.

Sin embargo, quizá debido a esta distancia con el mundo del arte, creo que Toni nunca se tomó demasiado en serio la importancia de sus reflexiones en la esfera del arte. Las numerosas invitaciones a intervenir en exposiciones, museos o eventos artísticos, así como el hecho de que varias y varios artistas se relacionaran directamente con su pensamiento y su vida política (pienso en Rossella Biscotti, Angela Melitopoulos u Oliver Ressler, por citar sólo algunos) dan fe de un diálogo constante entre dos mundos que no era tan previsible que se encontraran. Me parece que los escritos de Toni, mucho más allá de sus esporádicas intervenciones sobre arte, son de hecho una fuente inagotable de ideas y métodos para pensar esos "mundos diferentes", esas formas de vida inéditas e imprevistas que precisamente el arte está llamado a imaginar y experimentar.

Ahora que Toni ha muerto, releo con emoción las últimas páginas de su autobiografía en las que reflexiona sobre la fenomenología del presente precisamente a partir de ese deseo inagotable de un mundo tejido en lo común, en las relaciones, en la alegría de vivir. En el momento de la publicación no había captado todo el alcance de estas reflexiones, que me han llamado la atención al resonar con los catastróficos acontecimientos de las últimas semanas. No debemos tener miedo, escribe Toni, porque estamos del lado de la vida y el miedo nos hace serviles a la lógica fascista de la guerra. En este momento de desconcierto ante la violencia del mundo, éste sigue siendo para mí el legado más importante de Toni, que para mí es tan político como existencial.

Ciao Toni. Ya te extrañamos, pero sigues vivo en nuestros pensamientos y en nuestras luchas.